Relativity (Escher, 1953) |
Hay lo que se necesita para ser feliz, un poco de Shakespeare, de Poe, de Hesse, de Rushide. Creo que si escarbas queda algo de Austen y de Alcott; lo que si encontrarás a millones es Asimov y Verne, también mucho más Saramago del que necesita alguien en su vida. Quizá porque me gusta ver el horizonte sin final de la galaxia y la imposibilidad palpable del universo submarino con estos ojos ciegos que no reconocen el paso del tiempo.
Tengo una gota de
Mistral y una mariposa de García Márquez.
Hay, al fondo, cuatro o
cinco viajes por el Egipto faraónico, dos por Babilonia, uno por Mesoamérica y
unos cuantos por la Europa de los siglos XVII y XVIII. Tengo un paseo por un
jardín japonés con los muertos bajo una princesa, un armario en algún lugar de
Europa que esconde a una niña desnuda que atrapa viajeros. Creo que hay para
ofrecer, además, dos o tres viajes por carretera en USA, con música country o
rock, del gusto que lo prefieran.
Hay también, un
apacible viaje de guerra por la vida de los líderes cubanos, está al lado de
los poemas de Federico y Gustavo. Porque esta lengua que me permite hablar,
expresarme, se merece su propio espacio en mi gaveta de elecciones premeditadas
y disfrutables. Están todos en El túnel, con El señor presidente y el caballero andante como
fieles vigías de los acontecimientos. Si van a
parar allí, les recomiendo la comida del caribe y los ritmos del
pacifico, aunque no se olviden nunca de mascarse bien la coca y darle un beso a
la pachamama.
Si lo hacen, puedo
darles el cuervo errante que enterró a Manuelita Saenz.
—Se lo doy en oferta
con las p-branas de Hawking y le doy de ñapa esa carta sin remitente que una
vez me trajo Zweig. Ándele, llévelos que nadie más los quiere recibir.
Del otro lado también
hay cosas… Tengo a King en un baúl enorme debajo de la cama, lejos del ático de
Lovecraft desde donde puede verse el mar. Detrás de la puerta siempre está
Conan Doyle, a veces lleva pipa, otras un mapa. En los tarros de galletas
pueden hallar algo de Carrol o de Stevenson.
En fin, que si siguen
el bazar a poco más de un metro las caderas de alguna mujer beduina pueden
llevarlos al despilfarro de las horas en las páginas ancestrales de los cuentos
árabes. Se van a deslizar en ellas, como en los pechos turgentes de alguna
Vávara Softa donde puede uno refugiarse del frío Ruso con total seguridad. De
la India me han llegado también samsaras, impregnados de vedas y talmudes, de la
vida del sadhu.
Ah, ya sé. ¿Lo suyo es
la noche? Bien, si sufre de insomnio, hay un pequeño cuarto donde Schopenhauer,
Schrödinger y Freud harán que tus horas muertas pasen a ser posibilidades
infinitas de la concepción humana. Si lo que quieres es dormir, deja que la
buena Stein te cuente algo de Alice y te dejas ir.
Me reservo para mí, la
cajita con los sueños de Marx y el New York de Miller. A usted le doy todo lo
demás, desde las costas africanas con tribus de nombres impronunciables, hasta
las criaturas impensables que habitan más allá del tiempo.
Le doy mi bazar, para
que lo consulte cada vez que quiera. Para que arme revolución, o exposición de
arte, o bomba atómica propia a la medida de sus caprichos. Lo único, lo único
que no le presto, es la interpretación de los hechos, pues luego de tantas
marabuntas, en mi mente algo frágil no queda la necesidad de juzgar las
intenciones.
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