Por Santiago Angarita Yela. Un hombre golpeado por las injusticias de una vida libertaria y el abandono del estado, duerme con la boca abierta sentado en el banco de una capilla. No es una capilla cualquiera, esta carece de paredes e incluso de párroco. Se sabe que es una capilla por el gran crucifijo de madera y la iluminada imagen de la virgen de las lajas, que reposa en una esquina decorada por dos sabanas moradas. Si uno ignora el hecho de que el suelo es de piedra es posible encontrar cierto encanto en aquel humilde paraje. El hombre tiene la cara sucia, los pies descalzos y solo unos cuantos dientes en la boca. Ronda los sesenta pero parece llevar siglos sobre su espalda. Responde al nombre de Antonio Manrique y es el más antiguo residente del albergue sobre la Versalles, un complejo geriátrico donado por el conglomerado de burgueses P almiranos conocidos como el C lub R otario. Aquel lugar de nostalgia y paredes ajadas es la edificación distopica donde van a morir
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