Por santiago Angarita Yela
No puedo morir. La naturalidad del ciclo vital ha decidido darme la espalda, mi vida se ha tornado en una constante finta a la oscuridad del averno. La vaga erudición en temas mortuorios, ha mutado en una enciclopedia de maneras para adelantar el desdibuje del golpe de aquella luz al final del túnel. Las primeras veces, tienen prioridad en aquella falsa organización de espacio personal que llamamos momentos. Hordas de impotencia llenan mi torrente cuando el vivído recuerdo se transforma en el primer intento de suicidio, vodka barato y mi madre en un ataúd, todos lloraban excepto yo. Como voy a llorar si fue su decisión. El dedo en su boca incitándome al silencio mientras veinte pastillas de brupopíon rompían su conexión con la realidad. Falleció apacible, fría, inmutable, justo como caminó en la vida. La noche siguiente traté de imitarla, pero las pastillas desaparecían en cuanto intentaba tragarlas, nadie se enteró del suceso. Nadie estaba listo para entender que la muerte huía de mi. El segundo fue unos meses después con el punto treinta y ocho del abuelo. La bala desapareció en el momento que accione el gatillo, simplemente se esfumó, como se esfuma el tiempo, como se esfumo el fuego al que salté tal vez una o tres veces en las noches de vigilia, comía caramelos de cianuro en el metro y me acostaba a dormir siestas en las vías del ferrocarril, todo en vano pues ni siquiera logré un rasguño.
No soy una mujer que se resigna, jamás deje de perseguir la sombra de Hades. Las constantes indagaciones me llevaron a una vieja biblioteca en el centro, tenían libros interesantes sobre la muerte en culturas antiguas. Después de escanearlas con mi patentado filtro de idioteces, logré encontrar uno que se adaptaba con gran precisión a lo que siempre había soñado para mi muerte. El libro se llamaba “Yamuhe”, era millares de veces más antiguo que cualquier fecha de la que tenia conocimiento. El texto describía con precisión a una pequeña tribu de druidas que habían vivido en España, específicamente en Nerja. Actualmente era un gran sitio de interés turístico, pero según el libro Nerja en antaño había sido el lugar de descanso de los dioses, por lo tanto su gente vivía una longevidad ridícula comparada con la de cualquier ser viviente.
La gente del lugar era conocida como “Vahor ga” que en la lengua nativa traduce “los que ven mil inviernos”. Cada vez que un “Vahor ga” decidía que su ciclo vital había sido completado, emprendía una peregrinación con una fanfarria en su sonrisa porque ya no le seria reacio el beso de la madre muerte. El viejo libro narraba con precisión los efectos de la cueva sobre la línea temporal, la cueva no era un espacio geográfico terrestre, era una puerta directa hacia los confines del cosmos. No estoy hablando en términos metafísicos, en pocas palabras el ser que atravesaba aquel umbral no volvería a vibrar en la frecuencia de lo mundano.
La preparación para se gestó con paciencia y fervor . Me separé de mi actual esposo, el acto no causo dolor alguno, ese patético hombre se tomaba la vida muy enserio, e ignoraba que lo veía solo como una distracción para lograr conciliar el sueño, los domingos por la tarde.
Mis hijos por el contrario eran la única parte de estar viva que realmente logre apreciar, sin embargo verlos me causaba arrepentimiento y culpa. Deseaba con todas las fuerzas de mi inmortalidad que ellos no hubieran nacido con la maldición, no es correcto traer al mundo seres a sufrir las cumbres borrascosas de verse obligado a vivir, en un mundo de muertos vivientes. Después de firmar sin protesta y con apuro todos los trámites legales que trae consigo un divorcio, después de llorar por dejar a mis hijos, después de ocultar una sonrisa tras lagrimas, me embargó cierta serenidad nunca antes vivida, por fin encontraría descanso. Inicie el viaje desde Holanda hasta España, dejaba atrás a los tulipanes como un prisionero deja atrás su cárcel, con alegría y a la vez nostalgia, había entablado con la vida cierto síndrome de estocolmo.
El vuelo se demoró 3 horas en aterrizar y yo aún menos en dejar mis maletas en el hotel e introducirme en la ropa para escalar. Lo último que quería era generar sospechas, o que me buscasen. La piedra tersa acariciaba las botas, el aire susurraba secretos de mundos lejanos a mi oído. La fe en aquel místico lugar aumentaba con cada paso, deseaba correr aunque por razones técnicas era incapaz. Cuatro horas de senderismo y me encontraba en un precipicio junto a una cascada, si la descripción del viejo libro era correcta solo debía descender para encontrar la morada de la señora espectral, la puerta hacia el infinito, el chalet de los dioses. Salté al vacío de cincuenta metros sin pensarlo dos veces, como de costumbre mi cuerpo desapareció en el aire y re apareció sano y salvo en la orilla junto a la cueva. Era real, podía verla, podía sentirla, podía olerla. Lo que sucedió a continuación no espero sea creído, ya que no es posible que una mujer acomodada sea victima de tantas tragedias. En cuanto estuve adentro de la cueva y pude ver el pequeño lago color esmeralda en el centro, el lugar empezó a crepitar. Las estalagmitas caían como navajas, despareciendo por supuesto antes de tocarme. Me apresure a entrar al lago pero fue muy tarde, la cueva se derrumbó sobre mí y por consiguiente aparecí sana y salva una vez más fuera de ella .
¿Qué tan miserable debe ser uno para no encontrar la muerte? , ¿Qué tan compleja es la red cósmica que nos ata a esta mentira como para que no pueda soltarme?.El sitio era tan remoto y empinado que no se podía salir y muchos menos entrar. Jamás había intentado matarme de hambre así que sentía que estaba haciendo algo productivo para amainar la desdicha, solo me quedaba llorar. Diez y ocho días habían transcurrido, llevaba cinco en posición fetal con el pulgar en la boca, entonces los vi. Trate de esconderme pero fue en vano, me lanzaban comida y abrigo como si yo los necesitara. Al parecer deje de ser una “Vahor ga” , más bien era lo que en el libro describían como aquellos que están destinados a ver caer el cielo, los “Thoda ga”. Malditos humanos y su maldita bondad ,una cosa era segura ahora que saldría viva de ahí me encargaría de hacerles la existencia miserable, de encontrarles una muerte perversa.Yo nunca logre encontrar el final, pero descubrí una consolación efímera en acelerar con violencia el de otros. No mires atrás cuando camines sin rumbo, o me encargare de presentarte al espíritu imperecedero.
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