Algún lugar de Santiago, 20 de abril de 2017
Querido Alberto fugeth.
Escritor y director de cine chileno.
Las noches son larguísimas en esta ciudad, el frio me hiela la sangre y hasta la visión medio metafórica que tengo del alma también se hiela, te escribo fumando por primera vez una pipa de tabaco que trajo mi hermana desde Colombia, unos Pielroja, quizá lo hayas probado alguna vez, cigarros nacidos desde lo más profundo de la selvas colombianas, para ser quemados por una pipa que compré en Valparaíso hace algunas semanas, rompiendo la más bella de las tradiciones de los tabaqueros viejos de los suburbios de Medellín, quemar al indio primero para liberarlo de su tormento, pero que va, no estamos aquí para hablar de un pasado que quizá no existió.
Los chilenos, al menos de Santiago son un fino retrato de su ciudad, son hijos perfectos de las calles adoquinadas, sepultadas por la modernidad, con sus nombres históricos que nadie hoy día conoce, más que algunos cuantos.
He estado recorriendo la ciudad, más allá de lo que buscan los turistas ver, sus edificios, sus monumentos, sus capillas y sus parques, son lo que menos he visitado, deberías saber de qué tengo algo de experiencia como etnógrafo, tuve buenos maestros que me enseñaron algo crucial, cosa que no recuerdo textualmente pero era más o menos así: la naturaleza de las ciudades está más allá de lo bonito, busquen bajo las piedras, bajo las calles, bajo los puentes, destruyan la ciudad de arriba abajo y encontraran lo más bello de su naturaleza, su “normalidad”.
Créeme que lo he intentado, he encontrado muchas cosas, pero no como lo esperaba, yo buscaba una selva enorme de naturalidad, esperaba unos frutos hermosos de lo que mas rápido podría identificar un santiaguino como “santiaguino”, pero me ha sido tan difícil, quizá no he buscado bien aún, o quizá todo está refundido entre las colillas de cigarrillo de las esquinas y los paraderos de buses, o solo quizá la naturaleza de la ciudad se extinguió con su depresión.
Es enigmático pensar que no existe más nada que un orgullo falso trasmitido por el futbol y las fechas, las pocas fechas importantes que me han tocado vivir, escuchar algo como “ el día del joven combatiente” me llenó de ánimo pero un ánimo ilusorio, al no ver (metafóricamente) a ningún joven combatiendo.
Deberías saber Alberto que soy un izquierdista progresista (conceptos que juntos son muy discutibles); que soy una pequeña muestra de la posible revolución humanista, cosa que esperaba cultivar en las tierras chilenas, pero no he encontrado más que arena, unos cuantos despojos de lo que fue la época dorada del socialismo, obviamente antes de la dictadura, agregando pues de que escuché la historia cuando iniciaba mis estudios hacia este rumbo hace varios años ya; y gente triste, mucha gente triste y frustrada.
No he encontrado mucho siéndote sincero, quizá me estoy equivocando en donde buscar, no lo sé aún, pero por ahora, que más da.
Hay muchas cosas que me duelen, pero la más grande, la más profunda, incluso más que la frustración de la revolución, es la naturaleza de sus mujeres, ¡DIOS! Que pasa en este lugar, las pocas cinturas que he encontrado han sido, aunque deslumbrantes, una utopía poder alcanzarlas.
Nunca me fue tan difícil encontrar a quien fijarle la palabra en la piel, no es que dude de mis capacidades claro está, pero no hay sonrisas en las calles, no hay caderas contoneándose como palmeras, pero claro, esas cosas solo pasan en Cali, o quien sabe, son pocos los lugares que he visitado, ¿o no?
Ahora entiendo, más, solo un poco más porque Andrés Caicedo hubiese sido un fracaso si hubiese sido chileno, acá no hay monas monísimas, ni hongos, la marihuana es muy cara, no hay grandes campos de caña, no suena música en ninguna esquina (quizá aquí exagero un poco, es imposible conocer las entrañas de una ciudad es tres meses) no hay sonrisas, ni el sabor acido del lulo, porque el frio no dejaría que se diluyera en la sangre de los locos.
Quizá te suene nostálgico, y lo acepto, tampoco desmerito la belleza de esta ciudad, y de su gente y de su naturaleza, porque ¡hombre! Así es, y tiene su arte, complejo de entender o quizá solo para mí, pero lo tiene.
Sé que has tratado la naturaleza de mi ciudad, lo más seguro que la hayas visitado o quizá no, pero sabrás por lo menos por su literatura que las cosas son totalmente diferentes, que somos tan diferentes, pero tan parecidos, ¿a qué me refiero con esto? Me refiero a que he conocido lo románticos que son los chilenos, he visto lo tímidos, lo limitados que son los chilenos (hombres para aclarar, y más frente a las mujeres) obvio hay excepciones, quizá muchas pero eso es algo bello que he notado y que quizá compartimos, encontrar artistas, músicos, locos que le cantan a sus novias a las 2 de la mañana con una guitarra prestada por un extraño, he ahí a lo que me refiero, enamorados, locos enamorados, ¿que más les queda?.
En fin, te escribo esto luego de una larga caminata por la ciudad, acabo de llegar de una pérdida “la verraca”, pasando por iglesias, hasta por clubes sexuales, he encontrado de todo, de todo menos naturaleza, tradición, identidad, esta ciudad fue invadida y los santiaguinos se dejaron invadir, se dejaron sacar de sus propias casas, de sus propias costumbres, pero, quien los manda a que su economía beneficie más a los de fuera que los de dentro.
Sigo agobiado viendo sus caras tristes, sus pechos muertos, sus ojos rojos, como también sigo embriagado con sus noches largas, con sus caminatas eternas y sus almas intrigantes, pero algo bueno podré sacar de esta ciudad, si no es un cáncer por tanto tabaco y alquitrán quemado en el aire serán unas buenas ideas para unos buenos libros, unas buenas poesías o hasta un buen ejemplo de a qué es lo que no se debería caer jamás.
Perdona la insolencia, repito y aclaro, aún tengo muchísimo, muchísimo que conocer, (y sí el enfoque es voluntario).
Con cariño, aprecio y un tanto de admiración,
Perlaza.
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