Por Santiago Angarita Yela.
Un hombre golpeado por las injusticias de una vida libertaria y el abandono del estado, duerme con la boca abierta sentado en el banco de una capilla. No es una capilla cualquiera, esta carece de paredes e incluso de párroco. Se sabe que es una capilla por el gran crucifijo de madera y la iluminada imagen de la virgen de las lajas, que reposa en una esquina decorada por dos sabanas moradas. Si uno ignora el hecho de que el suelo es de piedra es posible encontrar cierto encanto en aquel humilde paraje. El hombre tiene la cara sucia, los pies descalzos y solo unos cuantos dientes en la boca. Ronda los sesenta pero parece llevar siglos sobre su espalda. Responde al nombre de Antonio Manrique y es el más antiguo residente del albergue sobre la Versalles, un complejo geriátrico donado por el conglomerado de burgueses Palmiranos conocidos como el Club Rotario. Aquel lugar de nostalgia y paredes ajadas es la edificación distopica donde van a morir los que nunca tuvieron donde vivir.
-Antonio, cuantas veces le he dicho que no duerma en la iglesia – grita un hombre de cabello largo atravesando con prisa el espacio entre los dormitorios y la iglesia.
-Pues disculpamé hermano pero como siempre me quede hablando solo, al parecer dios no tiene tiempo pa´ responderme ni en mis últimos días.
El hombre acompaña a Antonio de vuelta a los dormitorios, con la mano sobre su hombro, sin prisas siguiendo los pasos del viejo, hay cierta atmosfera de complicidad entre ellos. Como no ,si es él encargado de velar por la estancia digna de todos los miembros del albergue. La dispar pareja atraviesa un gran portón metálico y sube unas escaleras desquebrajadas y sin barandas de seguridad, al llegar a los dormitorios el hombre indica a Antonio que se recueste, que ahí sí puede dormir, que en la capilla no porque si no la diócesis los jode.
La diócesis es la encargada legal de la administración del albergue desde que la edificación fue donada por el club Rotario a finales de los 90. Antes de eso los habitantes de la calle que eran muy viejos como para sobrevivir las adversidades de la gran urbe, tendían a morir en andenes y plazas públicas, ahora al menos pueden besar a la muerte en un colchón viejo. El club Rotario es una organización sin ánimo de lucro que se fundó el 22 de junio de 1961 ,desde entonces ha desarrollado labores filantrópicas , tales como inversión social y educación a lo largo y ancho de la villa de las palmas . También suelen dar lujosos banquetes y hacer excursiones para sus miembros. La alta sociedad Palmirana grabo su nombre en una placa en forma de timón de barco sobre la fachada del albergue, es irónico que sea un timón ya que los que ahí residen están cansados de navegar.
El encargado abandona el dormitorio de los ancianos después de dejar a Antonio en los brazos de Morfeo , en la edificación los 14 hombres y las 12 mujeres duermen por separado para evitar malentendidos , el dormitorio de las mujeres incluso cuenta con barrotes en las ventanas ya que los muchachos de los barrios aledaños irrumpían por la noche para aprovecharse de la vulnerabilidad de la ancianas .
Andrés Martínez es el nombre del encargado, ha visto 35 inviernos, sin embargo los cuatro años trabajando en el albergue han dejado estragos en su rostro bondadoso. “es que mírele no más esa carita se parece a nuestro señor Jesucristo, si o que “, clama Carmen la voluntaria de la cocina cada vez que este supervisa la preparación de la cena. Y no dista de la verdad, Andrés es de cara larga, nariz delicada, pómulos altos, barba frondosa y cabello hasta los hombros. Incluso sus ojos tienen algo de magia uno mira hacia el frente y el otro hacia la izquierda. Afirma que el estar bizco no es más que una estrategia para observar mejor lo que les ocurre a sus huéspedes como de cariño llama a los particulares ancianos.
Cada vez que alguien le pregunta a Andrés por qué decidió desempeñar la supervisión del albergue responde con convicción : “Yo estudie trabajo social , a mí siempre me gustó trabajar con gente , antes de trabajar aquí di clases en la fundación infantil que queda por el batallón , pero es que uno se da cuenta que es a los viejos a los que más abandonan y ni que se diga los que han vivido toda la vida en la calle , aquí me han llegado personas de 50 que las malas condiciones de vida los hace ver de 90 , ahí es donde uno se cuestiona hermano . Ellos no tuvieron una buena vida, al menos hay que ayudarlos a morir con dignidad”
El albergue es hogar de diversos personajes particulares, arrinconados por las garras de enfermedades degenerativas fruto de la desnutrición. El que en peor condición se encuentra responde al nombre de Efraín, fue diagnosticado de cáncer de estómago en una consulta privada que Andrés pago de su propia cuenta. Efraín al igual que muchos otros de los huéspedes ni siquiera tienen cedula de ciudadanía, la consulta y los exámenes agotaron los ahorros de Andrés cuyos actos de filantropía lo llevaron a precipitar su matrimonio al averno. Aunque no todo es malo, según él ahora le queda más tiempo para dedicarse a los ancianos y visitar a sus hijas los fines de semana. Sin dinero Efraín no puede curarse, el mismo viejo acepto ya su destino con algo de humor negro. “a mí se me va a podrir el estómago por no darle qué comer durante 40 años, me voy tranquilo porque al menos me moriré llenito”.
Otra de las residentes del albergue que sufre por las condiciones precarias y la falta de atención medica es Rosita . Rosita era profesora del colegio Cárdenas, tenía una vida tranquila y solitaria devota a la música y a la literatura, amada por sus estudiantes o eso es lo que dicen algunos de los voluntarios que ayudan con la limpieza de su cuerpo. Nadie conoce a ciencia cierta su verdadera historia, la encontraron en un cañaduzal en alto estado de desnutrición con una roída bata de flores y un peluche en forma de gato. Los doctores de la unidad de urgencia decretaron que Rosita no podía ver ni escuchar nada, el albergue la acogió y a pesar de todos los esfuerzos no pudo volver a caminar. “Con rosita uno se comunica tocándola, a ella le encantan las visitas, se pone lo mas de contenta, no para de sonreír, ella también lo toca a uno lo acaricia con amor con esos dedos largos que tiene” afirma Yeni la voluntaria encargada de la limpieza de las mujeres. Rosita pasa sus días acostada en una cama donada por el batallón, solo come pan, huevos y café; no recibe otra cosa. Lleva ya 5 años en el dormitorio comunal, si su familia no se presenta lo más probable es que ahí termine sus días.
Andrés baja de una camioneta blanca dos colchones donados por un ex coronel del ejército, los carga a sus espaldas hasta la farmacia, en su cara esta dibujada una sonrisa de triunfo. Gracias a aquel gesto dos ancianos tendrán un techo para salvaguardarse. De vez en mes ocurrían cosas buenas en el albergue. Andrés cuenta con media mirada en el horizonte y con el pecho henchido en orgullo como una vez unos proveedores de medicamentos se equivocaron de fundación. “Mi dios sabe cómo hace sus cosas, llevaban un camionado con todo, acetaminofén, ibuprofeno, suero fisiológico, ampolletas de dipirona y otros medicamentos que manejan las enfermeras, yo no sé mucho de eso. El caso es que pararon y descargaron todo, me pidieron que firmara y yo vi ahí un nombre que no era de la fundación, como eso es de donación nadie iba a preguntar si perdían. Yo firmé y los guarde aquí en la farmacia, de eso ya van seis meses y aun me quedan medicamentos, a veces hasta le doy a los que aún no tienen la edad para dormir adentro”.
Dos hombres yacen sentados sobre el andén conjunto a la capilla, llevan costales y los pies descalzos, los acompaña un perro gris. El de la derecha bebe agua amarillenta de una botella de vive 100, mientras el de la izquierda alega con uno de las voluntarias del albergue.
--Señor le vuelvo a repetir, yo lo puedo dejar entrar a cenar pero no a dormir, no hay colchones y la norma es que nadie duerme en el piso.
--No, pues que chimba. Nadie duerme en el piso pero sí afuera, mire niña por el amor de dios me duele hasta el pelo ¿usted sabe hace cuanto no pongo esta espalda doblada sobre un colchón?
--Si lo dejo entrar a usted tengo que dejar entrar a todo el que aquí venga, así no funcionan las cosas.
Según el Dane en Colombia en promedio el 10,4 % de la población habita en la calle, en Palmira alrededor del 0,3% habita en dichas condiciones estos son 1050 personas. Un estudio realizado por las diócesis de Palmira dictamina que si el albergue aceptara a todo habitante de la calle mayor de 50 años que a sus puertas llegase tendría que tener unos 433 colchones disponibles por noche, gracias a la donación reciente habían 28 y solo 2 estaban disponibles.
Andrés observo el altercado desde la ventana de la farmacia, abandono sus diligencias y se apresuró a dirimir el conflicto. En cuanto lo vio la voluntaria entro furiosa señalando con rabia a los hombres del muro.
--Amigos buenas tardes, ¿ustedes cuantos años tienen?
El de la derecha afirmo que 56 y titubeando el de la izquierda 60.
--Dios tarda pero llega, me acaban de traer dos colchones hace un rato. Pasen y ya les indico como es el procedimiento, no es nada raro. Solo tienen que asearse y que les expliquen las normas de conducta.
--Dios me lo bendiga mijo y me le multiplique todo, ya no puedo dé la espalda y el pulgas se le está olvidando hasta como se llama, la vejez lo ataca a uno más duro tirado en un andén oís, la vejez y los tombós.
Los viejos ingresaron sin problemas y al terminar su baño se reunieron en el comedor vistiendo ropas que debido a la talla acentuaban su delgadez . Se sentaron solos al final de la tercera mesa, los 26 ancianos entraron por el gran portón unos minutos más tarde. El grupo de las mujeres caminaba junto, mientras los hombres parecían tener reglas de distancia. La comida transcurrió con total normalidad, los olores del recinto eran fuertes, una mezcla homogénea entre decadencia, orines y sancocho de gallina. Al terminar todos llevaron su plato al mesón y se encaminaron a hacer sus qué aceres, todos excepto una enjuta mujer con un gorro de lana, llevaba en su mano un teléfono de juguete.
--Clarita ya se acabó la comida necesitamos el comedor despejado para limpiar.
Una de las encargadas se acercó con trapo en mano a clara, la más querida entre las huéspedes.
--Es que estoy esperando a mi hijo el de Bogotá, el quedo de llamarme hoy.
La anciana con voz de niña abrazaba el teléfono rosado con fuerza mientras se tambalea hacia los lados, moviendo un poco su gorrito.
--Si clarita pero lo podes esperar en tu cuarto aquí tenemos que lavar el piso y las mesas con manguera para poder irnos a descansar.
Clarita la miro con indignación azotando con fuerza la mesa de plástico.
--No me voy a ir de aquí hasta que mi hijo no llame, el quedo de llamarme hoy. El me lo prometió, él me quiere mucho. En otro lado no coge señal, si me voy no me va a llamar.
Su cara se frunció y las lágrimas mojaron los barrancos de sus arrugas, manoteaba y golpeaba con fuerza la mesa, mientras mantenía el teléfono de juguete en su oído, Carmen la voluntaria de la cocina se acercó indicando a la aseadora que podía irse.
--Clarita yo hable con su hijo esta mañana cuando usted estaba en la caminata recreativa, él me dijo que la llamaba mañana que hoy tenía unas cosas de la empresa, que la quería mucho.
La anciana del gorro no paro de llorar, sin embargo se dejó llevar hasta el dormitorio, donde de manera instantánea cayó dormida. Clara sufría de una enfermedad degenerativa conocida como Alzheimer, en todo el albergue la trataban con paciencia, pero la bestia que come recuerdos es indómita y a veces le hacía olvidar incluso que tenía 76 años, que su hijo nunca la había abandonado a su suerte y que el teléfono era de juguete.
************************
Andrés había terminado su turno diario en el albergue, la diócesis le pagaba un salario mínimo pero él se esforzaba como si recibiera sueldo de congresista. Llevaba su cabello recogido en una moña y las llaves de la moto colgando del bolsillo. A la luz de la luna se asomaban algunas canas y el cansancio en sus ojos era evidente. Sostenía el albergue casi con las uñas, pidiendo donaciones en cuanta empresa lo recibían, tocando de puerta en puerta, reclutando voluntarios. Andrés era un hombre de fe, sin embargo el panorama por momentos se tornaba des esperanzador. Según la Secretaría de Integración Social, al día son abandonadas dos personas mayores de 60 años, lo que se traduce en que al año más de 730 abuelos son dejados en hospitales o calles por parte de sus propios familiares. Por lo tanto la labor de Andrés nunca cesaría. Encendió su moto después de hablar con el celador que rondaba cerca de la capilla.
--Ya sabe Alirio, me llama si cualquier cosa.
--Si patrón, yo estoy pendiente. Igual hoy se queda Lina a cuidar a las señoras.
En diez minutos estaba en su pequeño aparta estudio de alquiler, en cuanto entro se lanzó a la cama para tratar de dormir, el efecto fue inmediato aunque no duradero. A las 3 de la mañana sonó el teléfono, era Alirio agitado .a don Antonio le había dado un infarto fulminante .Andrés lloro en silencio abrazando el crucifijo en su pecho, encendió su moto aun con lágrimas en los ojos. Afuera de la capilla estaba Lina llorando sobre el andén.
--Toca llamar a medicina legal don Andrés.
Exclamo la joven practicante mientras se limpiaba las mejillas.
--Dios lo tenga en su gloria, al menos mañana habrá otra cama que ocupar.
Andrés abraza a Antonio antes de llevarlo a la cama, sin percatarse que aquel seria el ultimo abrazo, esa noche a Antonio se lo llevo la muerte.
|
Los dos nuevos integrantes del albergue se adaptaron rápidamente, “el pulgas” (el de la derecha) fuma ocasionalmente en las bancas de la capilla, justo en el lugar que solía dormir Antonio.
|
Rosita permanece acostada en su cama la mayor parte del tiempo, los voluntarios la levantan para limpiarla y alimentarla.
|
Comentarios
Publicar un comentario