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Cadaver inquisidor.



He corrido tras el mundo, en busca de luz estelar, las noches se hacen tan lentas, tan brillantes, tan etéreas que la existencia misma pierde significado, he buscado en toda la infinidad de voces unas caderas tan anchas como aquellas, una carita dulce, unos nervios locos, unas madrugadas de dolor ardiente, pechos duros, sabor a sal sangrienta, sabor que no existe, no existe tal sentimiento, mientras ves a tu amor ser besada hasta sus confines por la boca de otros diablos sin sentido, sin palabras, mientras yo chorreo la baba y expulso canciones dolorosas, ella salta a borbotones de placer contenido.

No existe más que un pensamiento insensato.

Morir tras ella no es más que vivir mal dos veces.

Pero qué más da del mundo, si al fin y al cabo no existe, qué más podemos buscar los soñadores, los defensores de utopías si no hay mañana, si no hay horas, no hay segundos de amor y las largas y tremebundas voces de esperanza son asesinadas constantemente por las llagas infectadas de un pasado muerto.
No existe mañana si el hoy no se ha cerrado, no existen momentos bellos, constantes canalladas, fumaradas ambientales, despertares malditos.

La vida se ha pasado, segundo a segundo, minuto a minuto, hora a hora y los sauces siguen muriendo, las flores siguen siendo tragadas por los avatares de “lunazul” y los vientos de rasganorte siguen pintados en sus tobillos, tobillos de princesa, entrepiernas erguidas en tacones tan altos, que me llevaron a la entrada del cielo.

Existieron dioses perdidos en las largas callejuelas, existieron noches ladronas, tardes pasionales, mañana sabrosas, esperas largas, largas y malditas, pero nadie llegó y todos se quedaron esperando.

Yo vi cuando la besó, vi la noche, el alcohol, los sonidos inconclusos, los bailes en solitario, las vueltas y vueltas entre gente que conocía, mientras yo estaba atrás, expectante, la vida me robaba sus sabores y yo quedé dolido.

Tanto tiempo perdido, tantas largas caminatas, 45 minutos a pie, 15 en bicicleta, 30 horas pensando, 18 años en nacer.

He recorrido el mundo tres veces y no he salido de esa terraza, he viajado al sur a olvidarle; la saboreo cada noche y no me duele, porque me ha de doler, si es eterna felicidad, eterna lección.

No hablo de la mujer, no hablo de alguna mujer, hablo del yo, de ese yo que se quedó atrás y fue tatuado en los tobillos de los gatos, es las caderas de las flores, en las torturas de las rosas, las espinas se perdieron mientras yo masticaba mi propia cola y ella miraba.

No existió más mañana después de esa, no existió otro amanecer más allá de sus ojos y yo nací, fueron 20 años perdidos y ella me vio nacer, nacer en un vendaval, en un tornado de Irma, me vio recorrer el mundo al lado de las gaviotas y los desastres, me vio morir miles de veces y se regocijó.
Luego de las noches eternas, luego el tiempo perdido, de los poemas regalados y las tardes malgastadas, estoy vivo, más vivo que antes, más feliz, más loco y menos cuerdo, y ella está, en mis recuerdos y en mis noches, cogida de la mano, como a mí me gusta, me gustaba, me gustó y me gusto.

No te sueltes amigo, no te sueltes de los letargos largos en los que piensas en la nada y deja que esa nada te demande trascendencia.

Me vi andando a las 5 de la mañana después de recoger lo que quedaba de mi orgullo y pedirle un beso, las calles de Cali son tan frías y tan seguras a esa hora, los que debían morir estaban muertos, los que debían ser amados ya estaban muertos también y yo, yo andaba con migo mismo de la mano, pidiéndole un beso, el último de la noche, el ultimo y el primero… estaba muerto, tirado en los andenes de esta maldita ciudad, de este Calicalabozo esperando a alzar mi chaqueta de cuero y botas de vaquero sin el único recurso que yo pedía para vivir, una lagrima de amor, una gota, solo eso, una gota que ni yo mismo podría haberme dado.

Me perdí ese día, borracho, cansado, listo para morir, tirarme en el caño de la 39 con Pasoancho y no salir nunca.

Ese día no llegué a la casa, no volví nunca, había dejado tirado a ese amor, a ese yo que quería morir, lo dejé tirado en la acera y me fui caminando, era un hombre nuevo, caminé unas tres cuadras y no me dio remordimiento dejarlo ahí sin futuro y sin esperanza.

-VOS, MALDITO IMBÉCIL, REBOSASTE DE ESPERANZA, ¡AHOGATE CON ELLA!- le dije a lo lejos.

No encontré piedras para tirarle, estaba cansado, había bailado muy poco, no tenía ni ganas de hablar con nadie, la calle me acompañaba, como si ella me cuidara, como si construyera un puente, una caja invisible que me ocultaba de los malandros de la madrugada. Y seguí, eran horas de camino y con 15mil pesos que tenía en el bolsillo cogí un taxi y me fui.

Quien sabe a dónde, nunca más llegué a casa, creo que eso ya lo dije, estaba muerto, no tenía conciencia, y no me tenía ni a mí mismo, que iba a hacer en esa cárcel de responsabilidades y largas tragedias sin sentido.

-¡gastas mucha energía!, ¡organice aquello!, ¡parece de ahí!, ¡haga algo!-

Estaba tan harto de todo que me fui, quise huir, me fui lo más lejos que pude y cambié.

Me cambié el peinado, me dejé la barba, me puse una chaqueta y perdí el juicio con gente tan loca que perdía el juicio conmigo, fuimos felices, más de uno terminó muerto, Alberto, el de las palabras necias y los intentos de amistad está muerto, resulta que se tragó una pastilla de su propia arrogancia, su cuerpo no aguantó dos minutos de sus propias palabras, la mexicana que se pintaba los labios de cereza y que nunca se delineó los ojos, se cortó las venas dizque para hacerse un vestido que estuviese hecho como a ella le gustaba, sin contar con que ella solo se gustaba a si misma, los dos gemelos, el bueno y el malo se ahorcaron con los cables de sus propias computadoras, que porque así no les daría interferencia; y yo, sigo corriendo del cadáver de mi mismo, ese que dejé tirado en ese caño aquella madrugada de septiembre.

Me persiguió por el mundo como un fantasma y me encontró, en París, en Buenos aires, en las alamedas de Santiago, en Madrid y en New York, donde pensé que jamás se le ocurriría buscarme.

Hoy vuelvo a Cali, cansado de correr, esperando a que me encuentre, han pasado dos años y aún no lo ha hecho, se ha demorado mucho, ¿no pensó que volvería?

Estoy delirando, delirando entre recuerdos de una vida de locura, de tiempo perdido, de corazones rotos y muertos intoxicados, ahogados entre la sed del delirio, deshidratados de esperanza, delirantes de la ilusión de un nuevo mañana, uno diferente, sin sentido más que el de la paz y la armonía, somos unos deliristas, cansados de la normalidad, cansado de Los recuerdos de un pasado pero con las ganas de un futuro rebelde, un futuro diferente, pero sin camino hacia él.

Como un grupo de caminantes, frente a la encrucijada de ¿Qué camino escoger?

He soñado con andar conmigo mismo, de la mano, sin pensar en nada mas, he soñado en abrazarlo y abrasarlo en el momento en que me encuentre, pero por ahora seguiré delirando, buscando sentido, buscando futuro, buscando alternativa, engordando y viajando, caminando de aquí para allá sin más que decir que unas cuantas letras y relatos de muertos.



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