A la memoria del muerto y
otros llantos.
En el
Metropolitano del Norte ocurre el drama de una mujer que averigua por su
muerto. Un hombre que nadie conoce, yace escondido y solo en los rincones del
cementerio. Una anciana lava con Fab los osarios del mausoleo familiar
mientras, con un nudo en la garganta ve el espacio que le espera justo al lado
de su bisabuelo. Un grupo de mariachis con guitarras disonantes, pide monedas y
canta a los muertos cuando las lágrimas de decenas de familias, reposan sobre
el ataúd, y un reinado de personas persiguen un coche fúnebre hasta la entrada
al sepelio… pero esas son solo historias de vivos muertos, diría Piper
"Pimienta" Díaz, quien por cierto no posee flores tan hermosas como
las caleñas en su osario.
¡Tome un turno!
Ese es el
encabezado que atiende en la puerta principal de la recepción. Viejos avisos
promocionan los servicios de exhumación y sepelios memorables. Ofertas para
difuntos que decoran las paredes, animan a los vivos a pagar por sus muertos.
Entre 120.000 y
180.000 se pueden conseguir lapidas en buen estado. ¿Cómo la quiere? Hay de
mármol y de granito. Dicen que las de mármol son las más tradicionales, pero
que se prefiere el granito debido al rápido desgaste del material.
De igual forma se
pide siempre consideración con las lapidas, algunas son más grandes que el
espacio que le otorgan al muerto, y otras son mandadas a hacer con colores
exuberantes que no van con la ocasión, casi siempre se elige el rojo koi, el
blanco rocoso, el gris, el gris imperial, azul bahama, Rosa desértico y otros
colores.
***
En la única silla
de una mesa rectangular está sentada Luz Estela Arévalo, la asesora comercial
del Camposanto Metropolitano, encargada de atender diariamente filas enormes de
dolidos. Unos van en busca de un mejor trato para sus muertos y otros a saldar
sus futuras camas.
El cementerio es
un lugar lúgubre donde los grillos cantan de día, las cucarachas abundan, las
flores de gravilla y pera roja caen decorando el camposanto, las añoranzas de
los vivos invocan a la madre de todos los llantos, las lapidas de más de un
siglo se reciclan, y los famosos como Piper o Andrés Caicedo no son más que nadie.
***
Emperatriz, una
mujer que se aproxima a los cien años, pregunta por la tumba de su madre todos
los días. Ella vive en los alrededores del cementerio, pasea consigo un
taburete testigo de sus desmayos y andanzas.
Tiembla y la caja
de dientes resalta su escuálido rostro. Luce macilenta. Lleva una saya clásica
de flores y una biblia vieja bajo el brazo, pero no sabe leer, ni
escribir. A duras penas habla. Lo único
cierto es que cree en Dios. “Como a la antigua”.
Debido a la edad
de Emperatriz, los trabajadores del cementerio suponen que su madre lleva casi siglo
y medio de muerta, sin embargo, ella parece no ver el tiempo correr.
El Alzheimer le ha
borrado algunos años, la pérdida constante de la memoria borra sus ayeres, obligándola a preguntar por
su madre muy de seguido, como un círculo vicioso. Todos saben a qué hora llega
pero pocos saben cómo sacarla del lugar, “es agradable ver al día siguiente a
emperatriz, porque saluda como si fuera la primera vez”
***
Las caleñas no le
llevan flores a Piper Pimienta. Las gardenias más cercanas a su osario son ajenas.
Murió buscando a su prenda amada.
Contenta lucía una
anciana lavando las cárcavas del mausoleo familiar que dan frente a la triste
lapida de Piper. Silbaba y bailaba cepillando las grandes y mortuorias piedras
talladas con el apellido de sus pasadas generaciones. La espuma aumentaba, el
sol empezaba a ocultarse y nadie visitaba a Pimienta. Solo un rocío de flores
de gravilla que venía de lejos
acariciaba su nombre en gran muro de osarios.
Una escultura
construida por Diego Pombo a base de resina, poliéster y fibra de vidrio
ubicada en el Barrio Obrero, conserva
aún la imagen pulcra del Quijote de la Salsa (Edulfamit Molina Díaz). Fallecio
hace17 años y aún prevalece la memoria de un salsero que transformó la cultura caleña, un hombre escuálido que con
su sabor no hizo más que inmortalizar a
el Valle y sus mujeres.
Peculiaridades de los muertos
“No sé, si el cielo bajo que fue lo que paso, yo sé
que está lleno de ángeles si y que el mismo Dios está aquí (BIS)
“
Cantaban los vivos
a los muertos en la comunidad parroquial del cementerio Nuestra Señora de los
Dolores
Unos rezan por los
muertos de hace tiempo, mientras otros lloran por los recién sembrados.
Hay muertos que
estando vivos se cambian el nombre, otros que estando muertos, ni se llaman. En
el momento del sepelio, cuando los amigos de hace tiempo se encuentran gracias
al muerto, es cuando se empiezan a apostillar nombres a la furia, hasta que los
seres cercanos al difunto deciden llamarlo por su nombre. Es justo en ese
instante cuando las dolidas amantes inconscientes dejan de llorar por su partida,
y empiezan a soltar llantos de viuda debido a los amores furtivos nunca
sueltos, que solo el encajonado disfrutó.
Cada media hora
llega un coche fúnebre seguido de un reinado de personalidades familiares, unos
van porque conocen al muerto -otros por puro ocio- Los conductores del coche
visten de cuervo con corbata, los jardineros se pasean parsimoniosos por el
sector y uno que otro lelo no sabe ni donde está parado, ¡sea bienvenido al
barrio de los acostados!: donde no hay raza, donde se sestea de noche y de día,
famosos que yacen aquí no pagan por vivir mejor estando muertos, aquí todos son
cortados con la misma tijera.
Hay casos en los
que las familias olvidan a sus muertos y dejan de pagar por el cuidado de su
tumba, lo que le concede el derecho a los jardineros de tirar otro encima del
mismo cuando no hay espacio en ningún jardín.
Con guitarras y
flores se le saca dinero a un muerto: “la música para un sepelio es importante ya
que las familias no se ahogan solo en tristezas y llantos, sino que nosotros
las acompañamos con algo suave y de esto vivimos”
En el gran portón de la entrada, justo a un
lado de la pared, permanece un grupo de mariachis que no se pierde ninguna. A
cualquier muerto que llega le cantan, le bailan
le sacan dinero, piensan estos tipos que morir es una parranda. Al final
de su función se recogen las mangas y estiran las manos para recibir el dinero.
Las vendedoras de
flores también viven de muertos, los niños pasan por ahí y dicen “que lindas
flores” pero no saben que esas mismas son las que compran para el abuelo o para
quien sea que se halla muerto y sea cercano a la familia.
Andrés Caicedo “El
Atravesado”: Jardín
93 lote #5. Ahí yace hace cuarenta años el cuerpo de “El Atravesado. Andrés
Caicedo Estela. 4 de marzo del 1977 día de su suicidio.
Al lado de un
árbol de pomarosa, hay una banca verde que se apoya en su tronco: –Para las visitas-
-los
universitarios vienen mucho a visitarlo, es por eso que todos conocemos la tumba
de caicedito “dice uno de los jardineros, mientras con una pala en mano observa
donde hay espacio para el muerto de las tres treinta.
***
Minutos
más tarde, entra una señora.
-Buenas,
vengo a visitar la tumba de mi madre- dice la anciana con la biblia entre sus
brazos
-Si
señora, podría usted decirme su nombre- le dice la recepcionista, que por
cierto ya tenía su nombre copiado en las100 hojas de un taco pequeño.
“Para
los días venideros”.
Luis
Eduardo Valencia.
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