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Rosario Caicedo y el "angelito empantanado".



Por: Nathalia Andrea Marin Palomino.


Después del 4 de marzo de 1977, la vida de Rosario Caicedo Estela cambió radicalmente.

Un día antes, la empresa Colcultura le entregó los primeros originales “¡Que Viva la Música!” al escritor: Luis Andrés Caicedo Estela, quien se quitó la vida a punta de 60 pastas de Secobarbital en su apartamento por la Av. 6N a sus 25 años… dejando de crecer, dejando de vivir.
Todo en un 4 de marzo.

Cuando Andrés murió, Rosario no estaba en Cali. Desde 1972 ella había emigrado a los Estados Unidos viviendo los 2 primeros años en Texas con su ex esposo y después se trasladó a Connecticut donde actualmente vive. Se enteró de la noticia en la noche del suicidio, por una llamada telefónica a larga distancia con el llanto de sus padres al fondo, el silencio fúnebre y las voces de sus hermanas tratando de darle los detalles. Cuando colgó, el dolor que sintió fue tal que paralizó casi todo su cuerpo, abrazando la pared con todas sus fuerzas para que le diera algún soporte. – “Por un instante me pareció como si hubiera sido yo la que hubiese dejado de respirar…” - Recordó.

Ella sabiendo que no podía empacar maleta. Ella sabiendo que no podía coger el primer avión y viajar a Cali para ver el entierro en el Cementerio Metropolitano del Norte, a la noche siguiente con la cabeza en alto, una sonrisa para su bebita y el favor a su esposo de cuidar la casa en su ausencia se fue a cine, a un pequeño teatro de New Haven, Connecticut que fue de los preferidos de su hermano cuando él la visitó. Al no tener flores en su mano ni la tumba al frente, una película de un western de los clásicos mostrando una aventura épica (de las favoritas de Andrés) sería su manera de decirle Adiós, de tenerlo cerca una vez más por más lejos que hubiese estado.


Pero ¿Qué pasaría después? ¿Qué sucedería con la obra de Andrés? ¿Sería el final del escritor y sus obras?

Aquí es donde “la estrellita más brillante de todas” (apodo que le dio su hermano) comienza su misión: transmitir el legado Caicediano desde la vida del autor hasta su literatura.



Los más chiquitos.

Ph: Rosario Caicedo.

Cali vio nacer a Rosario Caicedo el 17 de mayo de 1950, a Luis Andrés el 29 de septiembre de 1951. El año y los 3 meses de diferencia fueron el factor principal de la unión de ambos, la hermandad de toda una vida.

La actual Rosario, de 67 años, con un conjunto purpura que cubre los cambios de la edad, las cicatrices de la mastectomía y sentada en un sofá café en una conferencia de egresados de la Universidad de los Andes comienza a decir los detalles de su infancia. - “Mis hermanas eran mucho mayores que nosotros, y en la infancia esa diferencia siempre se siente… Mi hermana mayor me lleva ocho años (a Andrés 9), la otra cinco (A Andrés 6). El grupo de los “chiquitos” éramos Andrés y yo”. Había otros varones en la familia, Juan Carlos, del grupo de los mayores, murió en 1948 siendo un bebé de 2 meses y Francisco José, fallecido a los 2 años en 1960 por una enfermedad congénita.

En su infancia, desde el 54 hasta el 59, Nellie Estela y Carlos Alberto Caicedo llevaban a sus hijos, las 3 niñas y los 2 varones, a la finca “San Francisco” de los abuelos maternos en el pueblo de la Cumbre, Valle del Cauca. Los pequeños Caicedo se quedaban en esa pequeña casa con un gran prado desde junio hasta inicios de septiembre. – “En ese entonces las vacaciones eran más que suficientes para poder descansar, ahora, desgraciadamente, no es así.” – ríe Rosario.

No existía el internet, no había Netflix, a duras penas existía la televisión y eso que a blanco y negro. Andrés y Rosario pasaban sus horas frente al sol cálido, ese que no bochorna ni quema, sentados en el llano liso de la finca. El Andrés de 3 a 8 años jugaba todos los días con su hermana con carros, escalaban los peñascos de la finca, robaban moras de los potreros y subían arboles cuales micos para pasar el resto de su tarde en las ramas. – “Una vez él y yo nos metimos a un potrero donde había unos toros bravos, nos metimos a buscar guayabas y los toros se vinieron a perseguirnos... es uno de los recuerdos más tempranos que tengo: Andrés y yo corriendo de a los toros bravos, Andrés enredado en un alambre de púas y los toros viniéndose detrás. Andrés siempre era un niño muy distinto a los otros, siempre interesado en que se le leyeran cuentos, muy fascinado por los comics que papá nos traía desde Cali… Para 1960, nosotros dejamos de ir allá, mis abuelos vendieron la casa, y una de las razones por la que mi mamá no quiso volver a La Cumbre fue porque le recordaba a mi hermanito (Francisco José) que murió.” – respondió Rosario en una entrevista para la plataforma Alter Vox Media durante la celebración de los 40 años del Andrés difunto.

“Rosarito” y Andrés iban mucho al cine, sus padres les daban permiso de ir a los teatros de la Sucursal del Cielo desde la mañana hasta las 8 de la noche, durante los fines de semana. Doña Nellie fue la inspiración de los 2 para acercarse a las palabras y a la literatura, era una buena cuentista, podía contar una historia o una película con tanta fascinación que algunas veces los niños consideraban la versión de su madre más interesante que el mismo libro o la película. Leían desde comics hasta el romanticismo, los libros que les caían en las manos los devoraban en días.

Infancia letrada. Infancia deseada.

Durante la adolescencia los 2 hermanos tenían sus caminos distintos, pero siempre encontraban un cruce. Los Caicedo se encontraban varias veces en la Librería Nacional del centro, frente a la Plaza de Caycedo, Andrés siempre la esperaba cerca a la puerta mientras ojeaba un libro que le hubiese atraído lo suficiente como para robarlo, lo que hace el amor por las letras. Las mañanas de los domingos siempre han sido perezosas, para echarse a dormir todo el día, para hacer oficio todo el día o para leer y escribir todas las 24 horas. Los 2 adolescentes hacían lo último, cuando Andrés Caicedo comenzó a escribir en forma se sentaban juntos para que Rosario pudiera escuchar lo que las letras de Andrés contaban, él leyéndole en voz alta.

La adultez juvenil fue diferente, Rosario Caicedo aun siendo confidente de su hermano, fue espectadora de las locuras cinematográficas de aquél junto con Luis Ospina, Eduardo Carvajal, Hernando Guerrero y Carlos Mayolo antes de irse a Estados Unidos. Cuando Hernando Guerrero fundó Ciudad Solar, Andrés se mudó a ella. Una comuna literaria y cinéfila por la Calle 6ta entre Cra 7ma y 8va. Casi todos los días Rosario y Andrés se encontraban y hablaban sobre el día a día y los logros de ambos, eso sí, no existía el celular, por mucho el teléfono casero en las casas burguesas y el teléfono público de la calle.

Andrés organizó su primer Cineclub en Ciudad Solar, cuando entró a formar parte del TEC (Teatro Experimental de Cali) creó otro Cineclub en el que presentaba películas en el Teatro Alameda y después en el Teatro San Fernando. Andrés y los “pocos buenos amigos” formaron la revista “Ojo al Cine”, con 4 ediciones y una 5ta que nunca se publicó. Esto fue lo que daría inicio a lo que hoy es “Caliwood”.

Andrés viajó 2 veces a la tierra del "Sueño Americano" para cumplir el suyo propio en el cine, en 1973 donde visitó a su hermana en Houston, Texas. En este viaje tuvo la meta de vender varios guiones de cine como westerns y cuentos de terror. El único reto es que estaban en español y él sabía que no podía presentarlos así. Le pidió el favor a su hermana de que le ayudara a traducirlos. – “Yo sólo le decía a Andrés: ¡Pero Andrés, a duras penas sé hablar inglés! Y él me respondía: Rosarito, yo sé que puedes, ayúdame por favor, ¿no quieres ver a tu hermano en la pantalla?” - Después de eso, viajó a Los Ángeles con 2 guiones de largometrajes bajo su brazo llamados: “La Estirpe sin nombre” y “La sombra sobre Innsmouth”, ambos traducidos para vendérselos al director Roger Corman. No logró que el director los leyera, tampoco venderlos; regresó a Houston con la respuesta “Thank you, but no.” y diciéndole a Rosario con un abrazo: “Aquí ves a un fracasado llanero literario.”



El chico nuevo, el que no hablaba.

Desde pequeños, “Rosarito” fue la traductora de Andrés. Él era tartamudo, su familia y sus compañeros del colegio no lograban comprenderlo, por la misma razón sufrió de matoneo excesivo y presentó problemas escolares cuando estudió en los colegios PIO XII, Nuestra Señora del Pilar, El San Juan Berchmans y San Luis de los hermanos Maristas. Cuando salió del “Nuestra Señora del Pilar” lo transfirieron al internado del colegio Calasanz de Medellín donde solamente estuvo un 1 año para evitar los mismos problemas que Caicedo tenía en Cali. A pesar de no poder hablar, era “el chico malo”, el rebelde e irreverente, y al igual que su hermana, no le gustaban las injusticias. “En su época de estudiante tuvo muchas peleas con las personas que lo molestaban a él por callado e inteligente y a sus amigos por estar con él, otras con profesores que subestimaron su talento y juzgaban su tartamudeo y cuestionamiento a las reglas tradicionales…” – menciona “Rosarito” acomodándose su bufanda púrpura.

Un 7 de diciembre, día de las velas, los niños del colegio lanzaban bombas de agua para celebrar el día de la Virgen. Jaime Acosta, buen amigo de Caicedo en la infancia, fue golpeado por el profesor y sacerdote Andrés Hurtado, Luis Andrés se le lanzó a este para defender a su amigo, terminando expulsado injustamente.

En su bachillerato, cuando comenzó a desarrollar sus obras de teatro, presentó una de ellas en el colegio San Luis, la cual fue censurada por los hermanos maristas de la institución y no pudo ser presentada oficialmente, solo sus compañeros de curso la vieron. Otra obra que trató de presentarla en Popayán también fue censurada y no pudo terminarla esa noche: “Recibiendo al nuevo alumno”. Esta última tenía un mensaje antirreligioso y contestatario. En una escena, el pastor de la obra se masturbaba con un crucifijo y al final todos los alumnos asesinan al nuevo estudiante y el profesor no dice nada… - “Uno de esos profesores, el padre Andrés Hurtado, le hizo la vida imposible a mi hermano incitando el daño que lo angustiaba, pero a pesar de todo él no se dejó vencer.”
Sus compañeros de clase le contaron hace un año a Rosario que Andrés como estudiante sufrió un intenso matoneo a manos de este sacerdote.

Rosario identificó en su hermano, desde muy niño, la tristeza y sensibilidad que llevaría en vida durante 25 años. Una tristeza que comenzó a los 6 o 7 años, desde que observó el mundo muy de cerca a pesar de tener sus gafas y la miopía. A los 8 años Andrés Caicedo leía a Edgar Allan Poe, considerándolo a lo largo de su vida como el único autor con el cuál compartía lo perturbador que era vivir. Compartía con su hermana sus angustias en los atardeceres y las pesadillas en las mañanas con palabras que ella por más esfuerzo no lograba entender.

-Andrés, ¿a qué te refieres con eso? ¿Qué te pasa realmente?
-No te has perdido de nada, Rosarito…

Tiempo después comenzarían las contradicciones con su familia y el golpe en la cara que lo hacía sentir como si en su casa no pudiera encajar. “En algún momento de una pelea familiar, como las hay en cualquier familia, Andrés se desbarató. No sé por qué sería, tal vez por el pelo largo -en la casa le decían que tenía el pelo más largo de Cali-, pero Andrés estaba profundamente afectado. Me acuerdo de que le dije: “No le pares atención a eso”. Se quedó mirándome y me dijo: “Rosarito, nuestra diferencia es que tú tienes piel y yo no. A mi todo me afecta, todo me entra, porque no tengo piel.”

Andrés siempre fue el “niño raro”, el “joven raro”, el “escritor raro” y el “hijo raro” de Nellie y Carlos Alberto. El izquierdista individualista, el que grababa y participaba de los tropeles de la Univalle, el “único hombre” con el cabello más largo de la Sucursal en su época. Fue distinto, él lo sabía y su padre se lo recordaba. Para una familia pequeñoburguesa, de apellido conocido, conservadora y poco acostumbrada a los “cambios”, las “locuras” de Andrés eran una mancha social que su padre no podía tolerar. Fue el consentido de su madre y el problemático hijo de su padre. Don Carlos Alberto quería que él fuera abogado, empresario o cualquier otra profesión que mantuviera el apellido en alto. Sin embargo, Luis Andrés decidió escribir y ser leyenda respetable (a pesar de que odiaba la respetabilidad); el rock era “música satánica” y la salsa “era para negros” según la madre. Andrés trató de bailar la salsa hasta que le dolieron los pies y cantó a grito herido el rock and roll de los Rolling Stones. Carlos Alberto quería tener nietos por parte de Andrés, al ser el varón, el apellido se conservaría… pero el angelito empantanado no tuvo mujer y no le interesó, sólo tuvo a Patricia Restrepo y se encargó de amarla, escribirle y hacerle el amor como loco, pero tener una familia fue lo último que quería. Andrés probó la marihuana, las anfetaminas, los hongos, los barbitúricos, la cocaína, tomaba póker, whisky, trago, el adulterado, mejor dicho, ¿Qué no probó? Rompió las barreras y por todo eso el “pobre papá”, como le dice “Rosarito”, no se atrevió a conocerlo.

En el punto de vista de esta autora, Andrés lograba esconder el dolor, fingir indiferencia y sacar sonrisas, tenía pilares que lo mantuvieron de pie por más tiempo de lo que el quizá hubiese querido estar… pero tenía límites que al final se sobrepasaron el 4 de marzo del 77. Quizá la ansiedad, quizá la impotencia de no haberse podido ir de “Calicalabozo”, de pronto la sensibilidad con la que cargaba y las derrotas se juntaron y lo mataron… luego él se remató.

Caicedo Estela se suicidó para ser un Peter Pan, vivir siempre joven y sin que nadie lo olvide. Antes de meterse las 60 pepas, e incluso durante su vida, guardó todas sus obras, papeles, notas, cuentos en un archivador para que después su padre, el mismo que no aprobó el estilo de vida de su hijo, mantuviera en un baúl y publicara junto con Luis Ospina, Sandro Romero Rey y los otros (pocos buenos amigos) de Andrés años después, no sin antes, haber leído todo. – “Tengo que conocer al hijo muerto, ya que no lo conocí de vivo, más vale tarde que nunca, mijita.” - le confesó una vez Don Carlos Alberto Caicedo a su hija Rosario antes de coger una montaña de papeles y sentarse a leerlos.

Las obras de Andrés publicadas han sido “El atravesado”, publicado por la mamá de Andrés, Nellie Estela, como regalo de cumpleaños 24; “Maternidad”, cuento que él consideró su obra maestra, que se encuentra dentro de los Cuentos Completos de Andrés Caicedo (aunque no están completos, según su hermana); “Angelitos Empantanados”, “¡Que Viva la Música!”, “Noche sin Fortuna”, “Ojo al Cine” y parte de sus obras de teatro.

Ph: Eduardo Carvajal.



La damita de la casa.

La Cali de los 50 no era nada parecido a lo que es ahora. A diferencia de su hermano, Rosario tuvo una crianza más exigente junto con sus hermanas. Una sociedad machista dominaba a la Sucursal del Cielo y la mujer aún tenía que ser “la pieza más bonita y refinada de la casa”.

Mientras que a su hermano le dieron una llave de la casa para ir a cine y volver cuando él quisiera, Rosario constaba de permisos y muchas negaciones. - “Siempre fui, como dicen ahora los jóvenes, hija de mis padres. De niña tuve un poco más de libertad, ya que Andrés siempre iba conmigo... era el pequeño, pero era el varón. Cuando fui adolescente, fue más difícil, nunca pude ir a cine sola, no podía salir hasta tarde, mis padres eran muy exigente con la forma en que “una dama” debiera comportarse. Con respecto al cine, me tocaba conformarme con cuando él regresaba a la casa y me contaba su crítica de la película que se había visto que siempre comenzaba con frases como: “no te pierdes de nada, Rosarito” ó “esta fue una gran cinta, te has perdido de mucho cine.” Mi madre nunca permitió groserías en mi vocabulario y hasta ahora lo sigo manteniendo tal cual, salí de mi casa, me casé y me mudé a los Estados Unidos.” – afirmó Rosario.

Bailar salsa entre los 50 hasta los 60 era un sacrilegio para la clase social a la que pertenecían los Caicedo. La salsa era muy poco conocida en el medio social burgués. Se le consideraba “baile de negros y de gente de baja clase”. Sin embargo, Rosario empezó a tener un gusto por ella escuchando con Andrés los discos de Bobby Cruz y Richie Ray.

Si comparamos a Andrés con Rosario, ella en cierta forma fue su versión femenina e inversa: No tuvo problemas académicos en el colegio. Después de graduarse del bachillerato, entró primero a la Facultad de Trabajo Social de la Universidad del Valle y en el tercer año de carrera decidió cambiarse a Historia. Al mudarse a Estados Unidos en 1972 terminó su universidad con grado en Historia en Houston, Texas. En 1986 se graduó con una maestría en Trabajo Social de la Universidad de Connecticut. Rosario se trasladó a Estados Unidos con su esposo que se había graduado de Medicina en la Universidad del Valle y fue a especializarse en Psiquiatría en el mismo país. De ese matrimonio tiene dos hijos, luego se separaron en 1982. Se puede decir que lo más “inesperado” y fuera de la cuadricula costumbrista fue su elección a tener una relación amorosa con personas de su mismo sexo, desde hace casi 20 años vive con una mujer norteamericana, y cuando el estado de Connecticut autorizó el matrimonio “gay” en el 2011, se casaron y actualmente comparte un hogar.

Como profesional, fue trabajadora social bilingüe desde 1987 hasta el año 2012, desarrollando su carrera en las escuelas públicas de la ciudad New Haven, Connecticut. Desde muy joven, Rosario es una firme defensora de los derechos humanos. Trabajo que continuó con su profesión.  La población de las escuelas estaba compuesta de muchas personas indocumentadas, afrodescendientes, grupos minoritarios y de otros países latinoamericanos, población que siempre ha sido explotada tanto en los países de origen como en los Estados Unidos. se llevaban el cobro del plato roto siendo violados de sus derechos constitucionales.  “Desde muy joven, he sido consciente de las injusticias sociales de la sociedad… desde esa época empecé a marchar y todavía sigo marchando.” – afirma con la cabeza en alto.

En el año 1998, a Rosario le aparece una pequeña bola extraña en uno de sus senos. En una columna escrita por ella para “Las 2 Orillas” menciona su historia – “Yo, buena paciente, seguidora de reglas médicas, le informé a mi ginecóloga y la pesadilla con mayúsculas empezó. De una máquina a otra, de un doctor a otro… Recuerdo a uno de ellos, tocando el pequeñísimo promontorio y diciéndome: “por Dios, esto no es nada…”, a otro, mandándome inmediatamente a ponerme debajo de otra máquina de por sí, amenazante. Semanas en esto. Entre mi trabajo y mi vida. Una cita tras otra. Hasta que la decisión se tomó: sacar “un pequeño pedazo de la masa” para una biopsia. Aún antes de la biopsia, supe que sería cáncer…”

Y así como le confirmaron el suicidio de su hermano por teléfono, también por el mismo medio le dieron luz verde a un Cáncer de Seno. Dos días después estuvo frente a su doctora y esta le compartió que su “única” opción era una Mastectomía del seno con el tumor, reconstrucción total y quedando con alta probabilidades de que otro tumor le pudiera aparecer en el otro pecho sano. La “estrellita más brillante de todas” no se conformó. No quiso que le quitaran un seno, quiso que le quitaran los dos y sin ninguna reconstrucción.

- “Pero ¿Cómo así? Tu decisión te afectará la vida entera.” – le dijo su doctora en inglés.
Rosario con ganas de decirle con su español natal “más claro no canta un gallo” sólo pudo contestarle en el mismo idioma inglés. – “Evidentemente, es mi decisión y yo me conozco bien y sé por qué lo estoy haciendo”.

Con el mundo lleno de límites en su contra, pero con muchas cosas buenas a favor, salió a la calle viendo la vida con colores más vivos que los de los paisajes de la película “El Mago de Oz”, el “Gato Ensombrerado” o “Trainspotting”. El café por las mañanas, un libro en las manos, un beso del ser amado y hasta una caricia materna ahora tenían más razón de ser y de vivirlas. Y eso decidió hacer, seguir viviendo. La muerte estuvo detrás de ella, pero ella nunca dejó de darle la espalda.
El lugar de la mujer siempre está en la resistencia… -dice.

Han pasado 40 años de la muerte del angelito empantanado, muchos amigos de Caicedo han dicho su nombre una y mil veces, se han creado documentales para que la cultura caleña a pesar de la ignorancia sepa quién es él; en la Cinemateca de la Tertulia se ha programado “Todo Comenzó por el Fin”, “Agarrando Pueblo” y “Unos Pocos Buenos Amigos” por amor a Caliwood. La Nacional no deja de vender “El Atravesado”, “Cuentos Completos” y “¡Que Viva la Música!”. Y aun así, nadie ha sido mejor que “Rosarito” para dejar el nombre de Andrés tan alto que los que no lo conocen, les dan ganas de conocerlo. No sólo porque sea su hermana representa a Andrés en esta esquina del país y al otro lado del mundo, no sólo porque es historiadora, amante de la literatura y el cine deja de permanecer pendiente de la cultura caicediana. Lo hace por amor y admiración a un escritor y a las letras, como cualquiera de nosotros deja al suyo en un altar.


Aún a sus 67 años es capaz de recordar cada palabra de cada detalle de cada momento y cualidad que describe a su hermano; ella siempre fue su compañera y podría decirse su mejor amiga, para cine, para libros, para confesiones y cartas, Rosario Caicedo fue la primera.



“A Rosarito Caicedo de mi sangre, la que más cercana está, por edad, dignidad y por el gobierno que hay que tumbar.” – dedicación de Andrés Caicedo a Rosario Caicedo en copia personal del libro “El Atravesado.”

Texto publicado inicialmente en El Demiurgo.

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